"Cuando era adolescente, en mi pueblo natal, Zontecomatlán, llegó un destacamento de policía a vigilar. Este destacamento se componía de varios elementos y era comandado por un sujeto grande y gordo, muy cachetón y usaba lentes oscuros, era notoria su presencia.

Yo tenía un amigo que era muy agudo para describir a las personas: en seguida me hizó ver sus rasgos caracterísiticos y algunos detalles más como el grosor de sus labios y naríz. También me hizó ver su ridicula actitud de "jefe" malpuesto. Este amigo tenía además muchas habilidades y un día que caminabamos en el monte me dijo: este tronco me gusta, lo voy a cortar, ayudame.
Cortamos el árbol y le sacamos varios troncos gruesos, nos lo llevamos al pueblo y mi amigo se encerró muchos días sin decir que es lo que hacía.

En pocos días iniciaría el carnaval. Muchos saldrían con sus máscaras y mi amigo era un ferviente bailador de carnaval.
Un día antes de comenzar el cárnaval, el sabado anterior al miercoles de ceniza, me buscó y me enseñó la mascara que acababa de construir con uno de los troncos que cortamos: era la misma cara del comandante de policía: sus prominentes cachetes, su color, su nariz ancha y sus ojos desorbitados. Todo era perfecto más una pizca de ridicules, que no se exactamente en que consistía.

El domingo salió con ella puesta y bailó por el pueblo al son de un trío huasteco que tocó hasta la media noche los sones de carnaval que tanto nos gustan. El lunes afinó el disfrás: se puso un uniforme de policía, se colgó una grán pistola de madera y salió a bailar todo el día. Pero se esmeró en pasar frente a la comandancia varias veces.
Todos reconocimos que su máscara era la misma imagen del comandante cacheton y antipatico de Zontecomatlan.

El rumor entre la gente del pueblo ya no se soportaba, pues el comandante era además un tipo rudo y su antipatía no era gratuita: amenazaba, maltrataba, mutilaba, ejercía un oficio indignamente y se hacía "respetar" a través de la violencia. Y el rumor hablaba de una máscara identica a su rostro bailando en las calles y mofandose de él.

Nuestro amigo se acercó tanto que el comandante lo miró y llegó a ver su indignación y enojo en el rostro, pero nuestro amigo se fue corriendo y se mezcló entre la multitud de enmascarados que no pudieron sacarle. Se escabulló entre la niebla y lluvia.
Días despues me comentaba la divertida que se paró. La gente del pueblo lo disfrutó también mucho y el comanadante fue el único en ridículo."

De ahí, que el carnaval sea esto: un disfrás para ridiculizar a quién se siente poderoso. Un disfrás para burlarse de aquellos que cren que son más y en realidad no lo son. Un disfrás para divertirse y llevar al dieblo dentro" Este relato tan ejemplificante se lo debo a Elfego Villegas, amigo entrañable, músico y contador de historias de Zontecomatlán, Ver.

A manera de colofón: el carnaval de la huasteca está dedicado al diablo. Literalmete, entonces, el diablo anda suelto esos días previos al miercoles de ceniza. Pero ese desfogue significa una oportunidad de vida y alegría a los habitantes de la huastec alta. Nada que ver con lo que en otros lares hacen los disfrasados.