


Si alguién me pregunta como empezó todo le responderé que con el agua de los pantanos de Nacajuca y las inundaciones de noviembre. Las tierras bajas e inundables, los popales y los cayucos recorriendo enormes distancias, los tambores y flautas de carrizo de Don Fernando y Eleuterio que tocaban un son antiguo y las yerbas medicinales de Don Julio que recorría decenas de kilometros a diario para ver a sus pacientes.
La vida comienza y termina en el agua, en la pesca de mojarras y siembra de maíz en camellones, en una danza de bailaviejo o caballito, en un trago de balché en una jícara ahumada, de una mordedura de nauyaca, en una corriente de agua infinita que arraza con todo...



Con todo, aveces los pescadores no regresan. Una vez me contaron una historia en la que encontraron a 2 experimentados pescadores flotando a la deriva junto a su cayuco en medio del pantano. Fueron los duendes, o los enanos, de esos a los que le cantó Arcadio Hidalgo algún día.

Para mi estas tierras negadas y anegadas son el verdadero ombligo del mundo, eje del universo, matriz de mitos y creencias, centro cosmogónico de todos los tiempos, principio y fin de la vida, hogar y cuna de dioses, del pensamiento la escritura y la palabra. No exagero, el que otros no lo puedan ver no significa que no sea cierto. Yo lo mire de cerca y lo viví en carne propia...
