jueves, 10 de marzo de 2011

Una tarde con Fredy Vega

Existen en mi memoria muchos encuentros que considero afortunados para mi vida, esos encuentros no tienen tiempo y el olvido no se los ha llevado. Todo lo contrario, he conseguido amigos que son desde temprana edad un refugio de esperanza, que sin saber en el atiguo tiempo, ya lo eran, entendí entonces que mi encuentro había tenido un sentido. El sentido es así de simple, continuar algo que la familia Vega inició desde antaño, la convivencia, su adhesión a la tradición musical del son jarocho y el zaoateado, continuar y compartir la vida...

Mi compañera de equipo y amiga Itzel de la materia de psicología transcultural en la UNAM, me dijo que en el centro cultural que ella tomaba Capoeira, había clases de son jarocho. Algo me dijo sin saber demaciado que se trataba de Fredy, a quién conocí a los 11 años en un lugar llamado Boca San Miguel, tierra inundable del Sotavento veracruzano, de fandangos memorables y heredero de una larga tradición de virtuosos de la música y el fandango jarochos.
Conocí a su abuelo y su bisabuelo, a su tío en la tierra que habitaban y les dió razón de esperar del tiempo, como quién comprende que en ese espacio está lo más importante de la vida.
Así, Andrés, Mario, Octavio y Fredy convivieron y mostraron un lugar cercano a las entrañas de la vida y alejado del mundo de vacios que crean los humanos (más grandes que las distancias entre los planetas), que comprendí también una de mis pertenencias rurales. (Gilberto también estaba).
Inequivocamente ese espacio le pertenece a mucha gente que ellos aman y con la que comparten más que tradiciones, sino una serie de actividades ligadas al arte, que lejos de ser difundidas masivamente son acercadas con cariño y afecto a quiénes se dignen a observar y apreciar su valor. En esta serie de reflexiones encontré a Fredy que daba esta clase de zapateado en el DF, el el centro cultural lal Piramide.
Una aula pequeña enmarca todo lo que quiero decir... un pasado y un presente amalgamado de notas, rimas, acordes, sentimientos y tradición que se transpira en un ambiente alejado de aquella tierra inundable.


La guitarra de son es testiga de está relación entre tiempo y memoria, entre olvido y nostalgia, entre amor y entrega...




La clase es simplemente placentera...