La abuela Santa Ana, la abuelita, rememora a las mujeres madres que muertas en parto aparecen en las tormentas en forma de estallido, de trueno, de centella luminosa que recuerda una presencia milenaria incertadas en la vida cotidiana de los pueblos, pero que un día aparece y se vuelve rito, aroma, luz.
Con esta luz de estrellas que desciende desde la parte más mitológica del cosmos, da inicio una preparación de altares, comidas, alegrados con música, con sones de tarima tixtleños, con mezcal y una oración.
Somos universo, somos cosmos, somos deidad que vibra al son de la naturaleza, somos la transparencia entre el agua y el eter, la vida hecha nudos, la representación de los propios dioses en la tierra...
La acustica que los vientos murmuran, el cantar de las cigarras y grillos en las noches de verano; el crujir de las ramas de los árboles y fluir el agua de los arrollos; han enseñado a los ángeles a cantar y estos a su vez, han enseñado a los humanos sus versos y tonadas, sus ritmos que a escondidas de los dioses tocan y las sonrizas de algarabía que el placer les hace exclamar. Las danzas, ahhh las danzas...
Los altares son así ese pequeño recuerdo sacralizado de los vientos que se llevan los males a otras partes donde no los veamos, de la fortuna de tener un poco de alimento y agradecer por ello, de retomar los rumbos antaños por donde los hombres y mujeres ejemplares han pasado y dejado su huella para que la sigamos. Por eso los cultivamos con floresy luces, con velos y papeles recortados, con música y hasta con teponastles...
Teponastles que tocamos a la media noche en elaltar de la abuela Santa Ana para reafirmar los lazos fraternos con la comunidad y nuestros invitados; y enbelesarnos de las armonías de las voces y tonadas melodiosas que dan los afectos.
¿Y los alimentos? ¿El tributo a la fé? ¿Las ofrendas? El cosmos da y es solo un agradecer a través de los otros brindar lo que tenemos...
Así, música y danza se continúan dias y noches en Mochitán, Guerrero (continuará).